Resaca de vivir

Resaca de vivir

lunes, 10 de febrero de 2014

DETRITUS DE LA HUMANIDAD

La jornada ha sido de lo más pesada.
Para empezar, en vez de hacer sólo mi turno de 7 horas, he hecho también el turno de mi compañera, lo que por aquí llamamos doblar, una facilidad que te permite dedicarte única y exclusivamente a trabajar, para luego disponer de un puñado de días libres que te hacen sentir la mar de bien.

Ya desde bien temprano el día empezó mal cuando, haciendo caso omiso del despertador, me levanté a las 7:30h en vez de a las 6:45h como suelo hacer, y tuve que saltarme mi ritual del café.
Muchas curas, venas que no se palpan por ningún lado, hipoglucemias, mareos, hipertensiones, conflictos con las compañeras, consulta con la Doctora que hoy se hace eterna, familiares cabreados, errores de comunicación, caras largas, una cola de residentes que se pelean por ser atendidos, aparatos que se quedan sin pilas, bolsa de colostomía con vida propia, salida de sonda nasogástrica, vendajes que se desmoronan por arte de magia, mi presencia requerida en varios sitios a la vez y yo aún sin saber dividirme...
En fin, uno de esos días en que ni las bromas, ni la presencia de mis compañeras preferidas, ni tan siquiera las visitas a la máquina de dulces, ayudan demasiado. Uno de esos días en que me pregunto con más frecuencia de la que debería en qué estaría pensando cuando se me ocurrió estudiar Enfermería.

Tengo los ojos secos, las piernas cansadas, me duele la cabeza y estoy, para qué negarlo, de una mala leche descomunal. Sólo quiero llegar a casa, darme una ducha, zamparme media despensa, ponerme mis tapones rosas y zambullirme en el mundo paralelo que me ofrece el libro que, siempre fiel, me espera en la mesilla de noche.
Pero venga, Isa, ánimo, que son las 21:30h y ya sólo queda ultimar detalles: preparar las analíticas para el día siguiente, cerrar con llave los armarios de medicación, escribir el relevo y a casa. Lanzar el uniforme bien lejos, borrar todo vestigio de esta agotadora jornada de 14 horas y, si te he visto, no me acuerdo.

En esas estoy, tratando inútilmente de empujar el tiempo, cuando escucho la voz de José María que se planta con su andador en la puerta de Enfermería.
-Isabel, me llama.
 'Otra vez éste', pienso para mí al escuchar su voz.
-Qué, respondo secamente sin siquiera volverme para mirarlo.
-Isabel, repite.
-Quéee, José María.
Sigo con lo mío, buscando acabar cuanto antes, y no miro al residente cuya presbiacusia le impide escuchar mis desganadas respuestas.
-Isabel, me llama por tercera vez.
-¡DIOS MÍO! ¿¡¡QUÉEE, JOSÉ MARÍA, QUÉEE?!!

Silencio descomunal después de mi desafortunada intervención.
La tristeza habitual de los ojos de José María un poco más acentuada.
Arrepentimiento máximo al instante mismo de soltar la frase por dejar que el cansancio y la desgana hablen por mí.
Angustia moral en 3, 2, 1, 0.

-Dime, José María, perdona hijo, es que llevo un día muy malo, ¿qué necesitas?
Me acerco, le toco el hombro, lo miro a los ojos. Técnicas de comunicación no verbal cuya ausencia desvirtúan el trato con el paciente.
-Ay, perdona Isabel, no quería molestarte, venía a decirte que el Gelocatil que me diste me ha sentado muy bien, ya no me duele la cabeza, y que mañana, si quieres, me gustaría invitarte a un café de la máquina, que están muy buenos, hay uno con sabor a vainilla más rico...

(...)

Se ha hecho esperar, pero ya he llegado a casa.
Me he dado esa ducha que tanto ansiaba, pero ni el agua ni el jabón han conseguido arrancarme esta rara sensación de inquietud.
Me he quedado igual de vacía a pesar de haber arrasado con la despensa.
El libro, como vaticiné, me esperaba en la mesilla pero, vete tú a saber por qué, hoy no logré enfrascarme en él.
Y los tapones de espuma que ocluyen ahora mis conductos auditivos externos, sí, han logrado acallar ese ruido ambiental que hoy me resulta infernal, pero ahora, un ruido distinto, interno pero más molesto, se ha empeñado en no dejarme en paz: arrepentimiento, culpa, remordimiento. Las 3 voces retumbando a coro en mis oídos, colándose hasta lo más profundo de mi ser, haciéndome sentir vulgar, pequeñita, grosera, mezquina, miserable, despreciable, ruin...
Haciéndome sentir, en definitiva, un auténtico y elemental ser humano. Así, tal cual, detritus puro y duro de la humanidad.

8 comentarios:

  1. Este se acaba de convertir en mi nuevo post preferido, desbancando al de "Esto y mucho más" :)

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  2. Conozco esa sensación...un mal día lo tiene cualquiera y esto no quiero que nos sirva de escusa...

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    1. Lolica! Olé mi Sister por aquí! Sí, un día malo lo tenemos todos porque somos humanos, por eso mismo lo relato :)
      Gracias por comentar ;)

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  3. :') Qué ilusión! :')
    Aunque no deja de parecerme curioso que justamente esos dos sean los que menos me convencen a mí jajaja

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  4. Hoy sí que me has hecho llorar, pero porque estoy sensible, eh?? jajaja.
    En serio, es porque yo también me siento así cada vez que doy una mala contestación y es una sensación TAAAANNNN HORRIIIIIBLE que sólo recordarla le pone a una un mal cuerpo... Pero le puede pasar a cualquiera y estoy segura de que si se acercó a ti para decirte eso es precisamente porque esa no suele ser tu actitud habitual con él ;-)

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    1. Hola Ana!
      Muchas gracias por leerme y por tomarte un rato para comentar, me hace mucha ilusión, además, la puesta en común de temas siempre da gusto =)
      Como tú bien dices, es justo eso lo que quería plasmar en este relato, esa sensación tan mala que a una se le queda cuando responde mal, cuando llegas a casa y eres plenamente consciente de que algo lo has hecho mal o a alguien le has hablado mal.
      Pero bueno, es algo que a veces tiene que pasar porque somos humanos, me alegro de no ser la única jajajaja.
      Gracias otra vez, te espero por aquí ;)

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  5. Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario, Anónimo! =)
      Me hace mucha ilusión que me leáis y más aún que os toméis la molestia de comentar, gracias!

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