Resaca de vivir

Resaca de vivir

domingo, 30 de marzo de 2014

PASEO EN BICI

Es Domingo, día hecho para descansar, o por lo menos eso dicen los que no pertenecen al mundo de los sanitarios que, lógicamente, no entendemos de festivos ni fiestas de guardar, ya que por desgracia, la enfermedad tampoco entiende de esos menesteres.
Pero hoy me ha tocado librar, así que dejo a un lado mi uniforme blanco, que reposa recién planchado por mi abuela en la percha rosa de mi habitación, y me enfundo unas mallas, una sudadera, unos bambos, y a la calle con la bici, que es invierno y el termómetro marca 20ºC, privilegios del sur. 

Enfilo la orilla del río Segura, pedaleo sintiendo el sol en la piel, dejo atrás ciclistas, corredores, patinadores, personas insatisfechas sentadas en la nada pretendiendo ahogar sus miserias en una botella, adolescentes con toda la vida por delante probando su primer cigarrillo, encantadoras casas de huerta, ladridos de perros como banda sonora, mosquitos que se empeñan en conquistar mis fosas nasales, naranjos por aquí, limoneros por allá, ese entrañable olor a leña, ancianos con piel de cuero trabajando con ahínco en sus huertos bajo el sol.
Abandono el río y me voy hacia los pueblos del interior. Pedaleo de pueblo en pueblo, alcanzando merenderos, ventorrillos, asaderos. La bolsa con la barra de pan colgada de las puertas de las casas bajas, señoras con su mandil barriendo su trocito de calle, señores con una colilla casi consumida en los labios mirándolo todo con el ceño fruncido y la camisa color salmón abierta sobre el pecho, chavales desmotivados viendo la vida pasar con su carajillo en la mano gritando 'ole morena', partidas de dominó en el centro social de la tercera edad, personas que no bajan de los 70 saliendo de misa de 12...

Entre pedaleo y pedaleo, llego a la Residencia donde trabajo, también en plena huerta, un lujo para quien lo sepa valorar.
Miro subida en mi bici hacia el sitio donde tantas horas invierto, observo cómo todo fluye de manera natural, todo parece en su sitio, igual que si yo estuviera dentro.
Mi compañera y amiga Marina, también enfermera, estará ahora haciendo exactamente lo mismo que yo hago todos los días, pienso. Se codeará con las mismas compañeras con las que yo lo hago a diario, tratará a los mismos pacientes que trato yo, a esta hora probablemente estará enfrascada en las glucometrías y pinchando las insulinas, mismo material, misma técnica, mismos pacientes, apuntará los valores en el mismo registro en que los apunto yo y se sentará a continuación a escribir el relevo en la misma silla en que lo suelo hacer yo, frente al mismo escritorio, a la misma hora, la misma atmósfera...

Veo avanzar hacia la Residencia, desde mi torre vigía de dos ruedas, a Catalina y a Paquita, que pasean cogidas del brazo. Cuando pasan a mi altura, me miran pero siguen avanzando sin decirme nada. Las llamo asombrada: "¿Paquita?, ¿Catalina?" Se giran y me escrutan extrañadas. "¡Ah, Isabelita, que eres tú! no te hemos reconocido. Es que así, vestida de calle, sin el uniforme..."
Charlamos un rato, de ésto, de lo otro, las varices éstas no me dejan vivir, hoy tengo la cabeza fatal, venimos de visitar a una vecina de aquí del pueblo que está la pobre con depresión, ¿cuándo dices que te toca trabajar? pues nada hija, disfruta de la vida tú que eres joven y puedes...

Me alzo de nuevo en mi bici y recorro el camino de vuelta. Pienso en lo curiosa que me ha resultado la experiencia de hoy. Aparecer donde siempre pero cubierta de otra ropa ha bastado para convertirme en mera observadora de un escenario que de diario considero casi mío, para pasar desapercibida por dos de mis residentes más allegadas, para sentirme al margen del rutinario fluir de la Residencia. Cambiar de atuendo ha sido suficiente para convertirme en espectadora de una película de la que suelo formar parte.

Al llegar a casa y ver mi uniforme colgado donde lo dejé, me he sentido extrañamente sobrecogida, como si parte de mí la hubiera olvidado ahí, y en mi cabeza me he armado un lío. ¿Será que cada día que me visto con él, le regalo parte de mí, olvidando en sus costuras blancas parte de mi identidad? o será al revés, ¿será él quien deja en mí, irremediablemente, trazas de cada experiencia que él mismo me lleva a vivir?

Así que no sé, pero aquí estoy, usando el uniforme para estar por casa...
Lo sé, lo sé, hoy no trabajo y no tiene ningún sentido ir así vestida por la vida, pero es que hoy llevo toda la mañana limitándome a observar la vida, sintiéndome al margen de la misma, mirando sin participar, oculta detrás del telón, sentada al otro lado de donde pasan las cosas, sin gana de saltar al ruedo, oteando lo que me rodea a diario desde una distancia prudencial, vigilando a ver qué pasa cuando yo no estoy que es fundamentalmente nada, fingiendo ser ajena a mi paisaje habitual, sintiéndome errante en un mundo que hoy se me antoja desconocido, mimetizándome con la nada circundante, ensayando a ser extranjera en mi propia zona de confort...

Y, ahora, después de este extraño experimento, después de este macabro juego, después de este inquietante paseo, no se me ocurre otra manera que no sea poniéndome este uniforme con los bolsillos repletos de experiencias, que más que ropa ya es mi piel, para encontrar de nuevo lo que creo, supongo, estimo, sospecho... son mis señas de identidad.










4 comentarios:

  1. Me encantan tus historias... Guapaaa...

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    1. Y a mí me encanta que me leas y ese detalle de siempre dejarme tu huella =)
      ¡Un besote Santi!

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    2. Sabes como se llama ese tramo que cojes por la orilla del rio ? Es La Vía Alegre...me encanta ese nombre.

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    3. Me encanta a mí también =)

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